Por Emmanuel
Imágenes de Rodrigo Jardón.
Estaba yo sintiéndome medio enfermo el jueves por la tarde. Chingos de trabajo, desvelado y abrumado.
Afortunadamente, esa noche me recetaría una buena dosis de rock en el Lunario del Auditorio Nacional, donde se presentaron Nos Llamamos, The Helio Sequence y Clinic.
Creo que los de Nos Llamamos también se sentían un poco mal, porque arriba del escenario parecía como que se quejaban, ellos y sus instrumentos. Es valiente y loable hacer una banda como ésa en México, donde si no te llamas Luis y te apellidas Miguel, estás jodido. Lamentablemente, el sonido no fue el mejor y esta presentación fue más dolorosa que disfrutable.
Para curar el susto, rápidamente subió The Helio Sequence, duo dinámico que a base de secuencias, una batería y una guitarra, sonaron como si fueran un ejercito de rockeros en speed. ¿Cómo puede una banda tan minimal hacer tanto ruido y sonar tan bien? En sus discos, Helio Sequence es más bien recatado, de melodías penetrantes pero siempre contenidas. En vivo resultan ser todo lo opuesto. Las expresiones de Benjamín Keibel (baterista) tenían a todo mundo sintiendo una euforia difícil de explicar pero muy agradable. Por 45 minutos aproximadamente, nos hicieron sentir un poco mejor.
Sin embargo, la recuperación total se dio con la banda principal. Clinic ha sido por años una de mis bandas satélites favoritas. Déjenme explicar. Hay bandas que escucho todo el tiempo, diariamente incluso. Clinic no es una de ellas, sus discos me ponen en un estado mental bastante ansioso y agitado. Por eso, los escucho poco pero con mucha atención, sé que en su mezcla extraña de country, jazz y punk hay verdadera genialidad.
Justo lo que necesitaba para mis síntomas oficinistas. En cuanto comenzaron a tocar, sentí una energía desbordada por todo el cuerpo. A mi alrededor, comencé a ver cabezas agitándose al ritmo de las percusiones y los teclados. Mi propio cuello comenzó a moverse al mismo tiempo. Los sonidos que alcanzaban el micrófono a través del tapabocas de Ade Blackburn eran más gruñidos que palabras. Poco importaba. El ambiente se había tornado salvaje. Los pies se movían cada vez más rápido, el lugar se calentaba, los cabellos de las mujeres se contoneaban cada vez con más fuerza. Las sonrisas desfiguradas se hacían más frecuentes. Por un momento, era yo libre y sin preocupaciones. Clinic me había inyectado un opiáceo musical directo al cerebro.
Ahora, Clinic ya no es una banda satélite. Lleva en repeat varios días seguidos y se me eriza el pelo de la nuca cada que recuerdo esa sensación de libertad que viví en el Lunario por una hora y media. Me he vuelto un adicto a esta medicina vital. Malditas drogas, cómo las adoro.
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